martes, 16 de diciembre de 2008

Vericuetos existenciales

Cierto es que todos creemos como realidad aquello que se percibe a través de los sentidos; nada discutible, ¿pero hasta donde pueden los sentidos apercibirse de la verdad, o de todos los componentes de la realidad?.

Nuestra percepción de la realidad tiene que, además de entender los elementos externos observados; filtrar todas esas construcciones mentales erradas y arraigadas por la costumbre, la tradición o los vicios lógicos y el sentido común; también debe desprenderse de las creencias, tendencias, inquietudes, temores, y todas esas otras mañas que suelen acompañarnos en los vericuetos existenciales y que forman un todo con el individuo.

Es allí, en esos vericuetos donde suelen confundirse realidad y verdad, porque la realidad se concibe como la existencia real y efectiva de algo, mientras la verdad es la conformidad de las cosas con el concepto que de ellas forma la mente; sin embargo, deja de ser verdad porque se hace solidaria con nuestros pensamientos, por ese mismo motivo se hace discutible, porque se parcializa y resta oportunidad a la realidad. Sin embargo, la verdad está implícita en la realidad, la consolida, la representa; la verdad está contenida en las cosas, la verdad debería formular la realidad.

En esos vericuetos existenciales en que solemos divagar, construimos propuestas para la verdad; nuestra verdad conveniente, que por serlo, se aleja cada vez más de la realidad; pero, no por ser realistas, somos dueños de la verdad, porque ésta suele comportarse según quien la pretende y de ella deriva nuestra fe, nuestra capacidad de creer en algo, en alguien o en nosotros mismos, en nuestras causas, en nuestras ilusiones, en nuestras pretensiones o en los artilugios de nuestro pensamiento.

La propuesta en nuestras vidas es, por lo regular; que construyamos lentamente una “realidad promisoria”, pero sobre bases que atentan contra la verdad contenida en la realidad. La expresión arriba resaltada entre comillas; “realidad promisoria”, encierra en si la promesa, la pretensión, el objetivo, el incierto, inmensurable e impredecible futuro. Así las cosas, tenemos que aceptar que la verdad no es otra cosa que la suma de nuestras interpretaciones y construcciones mentales del mundo exterior, nuestra interpretación de la realidad.

La realidad por tanto, es cosa bien diferente de las fantasías e ilusiones que asimilamos y pretendemos como verdad, la realidad es, una, única y cierta por si misma, la realidad se encuentra disponible para todos, no es discutible, está ahí; que no la verdad.

Hemos trastornado pues los conceptos y en nuestro interior hemos forjado verdades mentirosas y convenientes a nuestros intereses, hemos creado luchas intestinas entre la realidad y la verdad. Pretendemos que ésta última nos pertenece y algunas veces la reconocemos en los demás. Redujimos la verdad al ámbito de la palabra, de la interpretación y de nuestras deducciones y proyecciones mentales.

La realidad en cambio, sigue incólume a nuestros desvaríos mentales, sumisa nos enfrenta y se hace manifiesta en el entorno, es evidente por si misma aunque discreta, y siempre disponible para quien la coquetea sin aires de suficiencia. Dispuesta para quienes la pretendan suya como la verdad, nunca. Expuesta para los ágiles de palabra como la verdad, tampoco. Menos aún, evidente para quienes la pretendan meretriz de sus pensamientos. No, la realidad es bella, única, cierta, discreta, soberana, grandiosa, y simple; está allí manifiesta para todos, pero reclama develar todos los filtros que le ponemos a la verdad, porque la verdad es su esencia.

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