sábado, 18 de junio de 2011

¿Constitución sin espíritu ciudadano?

Sirvió por 105 años y de manera fructífera la Constitución de 1886 a las necesidades y propósitos de un país que procurando salir del colonialismo, entre tumbos económicos y turbulencias políticas se fragmentó, a perdida de parte de su territorio con alianzas absurdas que terminaron por quitarle a Panamá; formuló aquella Constitución el devenir de manera adecuada a circunstancias y limitaciones de un país rural y lento, opciones ajenas a las necesidades sociales que le pusieron a perdida entre los afanes del poder. Sin embargo, en medio de las violencias acérrimas y descarnadas de la lucha bipartidista se mantuvo casi hasta culminar el siglo XX.


Soportó la Constitución de 1886 desde su nacimiento, los cambios caprichosos de la violencia bipartidista que la vistió de rojo o de azul desde las postrimerías del siglo diez y nueve y hasta bien avanzado el siglo veinte; vistió según el capricho de los dueños del poder y se mantuvo aunque desconfigurada en su espíritu, fuerte en su gobierno.


Por la época de mitad de siglo, cuando se le asignó al país su condición agrícola entre la comunidad de naciones, se le sometió con ello a caminar despacio entre las potencias ávidas de riquezas, tarea por cierto fácil entre torpes y delirantes guiados por araneros políticos; pero el país se reventó, como tenía que suceder, la modernidad puso su parte, llegó al pueblo y con ella llegó el olor del dinero y con éste los placeres que provee.


No fue impulso sin embargo la necesidad social de su reconocimiento y derecho como pueblo, no fue impulso su identificación con un ideal nacional, no fue la inteligencia de sus dirigentes, no fue la concordia, la solidaridad o la mano del Sagrado corazón la que vino a su rescate; fue el cambio global, fue la necesidad misma de pertenecer y ser reconocida en la civilidad de las naciones, fueron los cambios generacionales que de suyo proveyeron mentalidades poéticas que regocijadas en otras formas de administrar el poder, obligaron a Colombia a tomar partido entre las dos líneas que se vislumbraron en aquellos años sesentas y setentas; fue la necesidad de vestir sus sueños con una bandera que se sustrajese a las impertinencias comunistas que con su influjo, recorrían el continente de sur a norte con la mancha roja del comunismo, banderas que obligaron girar por nuevo rumbo, rumbo que hoy la historia calificó acertado. Llegados los años ochenta, surgieron las necesidades obvias del mercantilismo y los medios masivos de comunicación, con ellas se agudizaron mas las diferencias, distancias que los estratos sociales buscaron zanjar con el dinero fácil del narcotráfico.


Se agudizó la crisis, la Constitución ya no representaba su pretendido ideal de nación, los colores ya no solo eran dos, los partidos tampoco; las posiciones muchas y las diferencias mayores. Se gestaba la necesaria séptima papeleta.


Entre oposiciones fallidas o desaparecidas y milagrosas supervivencias, la izquierda había hecho lo suyo; aunque el país entraba en la adolescencia, las condiciones habían madurado en medio de las desventuras de la corrupción, el narcotráfico y su fatal consecuencia, la autodefensa. La autodefensa como producto consecuente de la ingobernabilidad, sirvió de cuna a los predicados constitucionales de un Estado Social de Derecho bajo la premisa del Estado al servicio del ciudadano y el hombre como expresión máxima de los derechos.


La nueva Constitución de 1991 marcó un hito hacia el futuro, plasmó el ideal nacional en poéticas formas del derecho contemporáneo, sometió los preceptos a la más elaborada sustancia y equiparó su prospecto a las más avanzadas formas de civilidad. Pero la nación no estaba, ni está preparada para tan altos conceptos sobre la persona humana; quedando la Constitución de 1991, como un milagro surgido en la vicisitud que se quedó en el empeño.


En la Constitución del 91, se reconoció al ciudadano el poder que le corresponde frente al Estado, pero el ciudadano se niega a prevalecer su ejercicio por el convencimiento absurdo en el poder de la fuerza. Tal vez se le entregó al ciudadano el instrumento ideal para el lograr equilibrio en el contrato social, pero de poco sirve el instrumento sin las instrucciones y la disposición de los administrados. Tal vez el instrumento haya llegado con medio siglo de adelanto, como suele suceder en el país de Gabo, producto de aquellas cosas de la Divina Providencia; pero, de la voluntad es dueño el que la hace manifiesta; y Colombia, con su espíritu de nación adolescente y voluntariosa, se comporta intransigente con los caminos de la paz.


Es menester el cambio, no de Constitución, tampoco de administración, sí de administradores y de mentalidad ciudadana, es hora de revisar a conciencia si como ciudadanos con acceso al tótem a través de la academia y comprensión de los efectos de la danza, ¿hemos hecho lo necesario para que en la nación aflore en prosa y poesía, la comprensión básica y necesaria a los principios de nuestra bella y promisoria Constitución?.


No es hora de protestas, es hora de propuestas, es hora de acciones, no de reacciones, es hora de actuar, no de evaluar.

1 comentario:

acevedobolivar dijo...

Rodrigo Mi gran y eterno amigo, que excelente artículo, como los otros que habías escrito anteriormente, recibe mis sinceras felicitaciones y mi siempre e incondicional aprecio, recibes muchos abrazos y un saludo cariñoso para ti y los tuyos
Raúl Acevedo Bolívar